El robo de pesca en Argentina, desde dentro.
por Antonio Salgari
El autor, que debe permanecer anónimo por una cláusula de su contrato, denuncia la corrupción en los barcos que faenan en aguas argentinas. |
Soy un representante del Estado argentino que cumple un rol parecido al de inspector de pesca. Necesito comunicar lo que está pasando en la pesca porque el robo y la impunidad llegan a límites increíbles.
En Argentina, el mar está olvidado como fuente de producción de materias primas. Y eso a pesar de que las aguas argentinas tienen una extensión de unos 360 km, que, multiplicadas por el largo del país suponen millones de km2. El 99% de lo que extraen los barcos pesqueros en estas aguas se exporta a Asia y Europa. El 90% de las empresas son privadas extranjeras. No existen retenciones u otro tipo de barrera aduanera que deje parte de esa riqueza en el país. Lo único que pagan por extraer miles de toneladas anuales de pescado es un irrisorio derecho de pesca.
En los barcos donde he estado, he descubierto todo tipo de infracciones a las leyes vigentes. Aunque usar la palabra “descubrir” sería darme una importancia desmedida porque no existe preocupación por ocultar nada. He visto cómo tiran basura al agua por no caminar diez metros para quemarla en los incineradores, si es que tienen. Algunos barcos ni siquiera tienen un lugar destinado para guardar residuos. También tiran el aceite quemado de los motores, gasoil, filtros, etc. En cuanto a la pesca, el criterio es máxima explotación con mínima inversión; a tal punto que no se acata ningún tipo de restricción ni se busca mantener el recurso. Para la empresa eso sería pensar en un plazo excesivamente largo: consideran al recurso como algo no renovable, y actúan en consecuencia.
Peces muertos sobre el agua.
Este texto lo escribo desde un barco que tiene puesto un calcetín en la red. Es decir, a la red, que tiene una abertura de malla determinada por ley, se le agrega otra red con una abertura de malla menor. De ese modo se impide que se escapen los peces pequeños, en su mayoría juveniles, de la especie objetivo. Estos ejemplares son aprovechados en un porcentaje mínimo, ya que las máquinas están preparadas para pescados más grandes. La ganancia que se obtiene con esos pescaditos es mínima, sobre todo porque gran cantidad de juveniles no pueden procesarse y se devuelven muertos al mar, o, en el mejor de los casos, se convierten en harina de pescado. Legalmente se considera este proceso producción, pero ahí se hace desaparecer todo lo pescado de manera ilegal.
Todos los barcos descartan cantidades de pescado distintas a lo declarado. Para dar algunos números, en una marea donde se producen 1.000 toneladas, en el mejor de los casos se tiran 200 toneladas de pescado que es apto para consumo pero no satisface las aspiraciones comerciales. Por ejemplo, en el Centurión del Atlántico (de la estadounidense Seafood especializada en pasta para surimi), se descartan la totalidad de los tiburones y atunes. He visto lances de 30 toneladas de tiburón sardinero tirados al agua, más de 200 ejemplares de 150 kilos de promedio cada uno, o 150 toneladas de atún descartados de una sola vez. En un barco coreano vi tirar 12 toneladas de salmón de mar al agua porque no era la especie buscada. Dentro de este mundo de reglas quebradas y vueltas a pegar ocurren cosas insólitas, como tirar 40 toneladas de juveniles y casi juveniles de merluza negra al agua porque esa marea no se pudo chantajear al inspector de tierra.
El Estado argentino tiene todos estos datos a su disposición. Lo sé porque una de mis funciones es recolectarlos, pero como las dependencias adonde esta información va a parar no funcionan como autoridad de control, es como si esos datos no existieran.
En Argentina, el mar está olvidado como fuente de producción de materias primas. Y eso a pesar de que las aguas argentinas tienen una extensión de unos 360 km, que, multiplicadas por el largo del país suponen millones de km2. El 99% de lo que extraen los barcos pesqueros en estas aguas se exporta a Asia y Europa. El 90% de las empresas son privadas extranjeras. No existen retenciones u otro tipo de barrera aduanera que deje parte de esa riqueza en el país. Lo único que pagan por extraer miles de toneladas anuales de pescado es un irrisorio derecho de pesca.
En los barcos donde he estado, he descubierto todo tipo de infracciones a las leyes vigentes. Aunque usar la palabra “descubrir” sería darme una importancia desmedida porque no existe preocupación por ocultar nada. He visto cómo tiran basura al agua por no caminar diez metros para quemarla en los incineradores, si es que tienen. Algunos barcos ni siquiera tienen un lugar destinado para guardar residuos. También tiran el aceite quemado de los motores, gasoil, filtros, etc. En cuanto a la pesca, el criterio es máxima explotación con mínima inversión; a tal punto que no se acata ningún tipo de restricción ni se busca mantener el recurso. Para la empresa eso sería pensar en un plazo excesivamente largo: consideran al recurso como algo no renovable, y actúan en consecuencia.
Peces muertos sobre el agua.
Este texto lo escribo desde un barco que tiene puesto un calcetín en la red. Es decir, a la red, que tiene una abertura de malla determinada por ley, se le agrega otra red con una abertura de malla menor. De ese modo se impide que se escapen los peces pequeños, en su mayoría juveniles, de la especie objetivo. Estos ejemplares son aprovechados en un porcentaje mínimo, ya que las máquinas están preparadas para pescados más grandes. La ganancia que se obtiene con esos pescaditos es mínima, sobre todo porque gran cantidad de juveniles no pueden procesarse y se devuelven muertos al mar, o, en el mejor de los casos, se convierten en harina de pescado. Legalmente se considera este proceso producción, pero ahí se hace desaparecer todo lo pescado de manera ilegal.
Todos los barcos descartan cantidades de pescado distintas a lo declarado. Para dar algunos números, en una marea donde se producen 1.000 toneladas, en el mejor de los casos se tiran 200 toneladas de pescado que es apto para consumo pero no satisface las aspiraciones comerciales. Por ejemplo, en el Centurión del Atlántico (de la estadounidense Seafood especializada en pasta para surimi), se descartan la totalidad de los tiburones y atunes. He visto lances de 30 toneladas de tiburón sardinero tirados al agua, más de 200 ejemplares de 150 kilos de promedio cada uno, o 150 toneladas de atún descartados de una sola vez. En un barco coreano vi tirar 12 toneladas de salmón de mar al agua porque no era la especie buscada. Dentro de este mundo de reglas quebradas y vueltas a pegar ocurren cosas insólitas, como tirar 40 toneladas de juveniles y casi juveniles de merluza negra al agua porque esa marea no se pudo chantajear al inspector de tierra.
El Estado argentino tiene todos estos datos a su disposición. Lo sé porque una de mis funciones es recolectarlos, pero como las dependencias adonde esta información va a parar no funcionan como autoridad de control, es como si esos datos no existieran.
La Corrupción de los inspectores.
Los inspectores de pesca son las personas a las que el Estado da un poder de control y sanción. En los barcos están todos chantajeados, y desgraciadamente el “todos” no es una generalización. La impunidad es tan grande que no hace falta escarbar para saber lo que cobran, cuánto, cómo, etc.
Algunos lo toman como motivo de orgullo, pero en general lo que se escucha es el “si no lo hago yo lo va a hacer cualquier otro”. Reciben por dos meses de marea entre 10 y 30.000 pesos de sobresueldo. Ahora la corrupción del sistema es tal que la mayoría de las empresas ya tienen dentro del presupuesto un sueldo estipulado para el inspector de turno.
Fuente
Algunos lo toman como motivo de orgullo, pero en general lo que se escucha es el “si no lo hago yo lo va a hacer cualquier otro”. Reciben por dos meses de marea entre 10 y 30.000 pesos de sobresueldo. Ahora la corrupción del sistema es tal que la mayoría de las empresas ya tienen dentro del presupuesto un sueldo estipulado para el inspector de turno.
Fuente
2 comentarios:
Bueno la blogosfera tendría que repetir esto hasta que alguien lo escuche.
Que impotencia.
que lo parió. Hay momentos en que uno se da cuenta que es tanto el daño hecho por generaciones de desidia , corrupción y neoliberalismo que parece que la cosa no tiene fin.
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