Las violentas escenas de ayer en Leblón (el barrio paquete de Río de Janeiro) y la Rocinha (o maior favela do mundo) ratificaron que Dilma Rousseff viene trastabillando con la respuesta política a las masivas protestas que surcan todo Brasil.
La propuesta inicial de un plebiscito, luego archivada por una serie de promesas de cambios indeterminados, el "dialogo" con supuestos lideres virtuales de la protesta y la visión optimista de Lula que dice que se trata del pueblo queriendo participar, aunque sea a los golpes, no ocultan la perdida de poder del estado brasileño.
El gobierno brasileño enfrenta, como el argentino (pero sin el peronismo como escuela de supervivencia) una mezcla de reclamos justos con la presión de tradicionales sectores golpistas que en Brasil reunen a militares, medios de comunicacion y empresarios paulistas para que cambie el rumbo económico y desacelere la, hasta ahora magra pero consistente, redistribución del ingreso.
Quizás en la palabra "magra" se encuentre la diferencia principal entre Cristina y Dilma y porque las protestas en Brasil son transversales socialmente y amplias territorialmente, mientras que a Argentina se encapsulan en unas 100 manzanas urbanas y un sector social permeable a los discursos pre-políticos.
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