Desde Brasil, una interpretación de la historia que en muchos sentidos, es la nuestra.
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Quien resume la interpretación dominante de Brasil que todos aprendemos en la escuela fue Gilberto Freyre (1900-1987). Es la idea de que venimos de Portugal y que de allí heredamos una forma específica de ser. Para el autor de "Casa-Grande y Senzala" y para seguidores como Darcy Ribeiro (1922-97), esa herencia era positiva o, por lo menos, ambigua.
Sérgio Buarque de Holanda (1902-82), otro hijo de Freyre, reinterpreta la idea como pura negatividad en registro liberal.
Por lo tanto, el brasileño se convierte en el latino, pre-moderno, emotivo y corrupto.
Esta visión prevaleció, y casi todos la siguen, de Raymundo Faoro (1925-2003), Fernando Henrique Cardoso y Roberto DaMatta a Deltan Dallagnol y Sergio Moro.
Esa es la única interpretación totalizadora de la sociedad brasileña que existe hasta hoy.
La "izquierda", entendida como la perspectiva que contempla los intereses de la mayoría de la sociedad, jamás construyó alternativa a esa lectura liberal y conservadora.
Hay contribuciones tópicas geniales, pero aclaran fragmentos de la realidad social, no su totalidad, permitiendo que, por sus poros y lagunas, penetre la explicación dominante.
La ausencia de interpretación propia hizo que la izquierda siempre fuera dominada por el discurso del adversario.
Reescribir esa historia es la ambición de mi nuevo libro, "La Elite del Retraso - De la Esclavitud a la Lava Jato" [Leya, 240 págs.]. El hilo conductor es la idea de que la esclavitud nos marca como sociedad hasta hoy y no la supuesta herencia de corrupción, como se ha convenido sostener.
Para Faoro, por ejemplo, la historia de Brasil es la historia de la corrupción trasplantada de Portugal y aquí ejercida por la elite del Estado. En esta narrativa, señores y esclavos raramente aparecen y nunca tienen el papel principal.
Este enfoque sólo sería ridículo si no fuera trágico.
Faoro imagina la semilla de la corrupción ya en el siglo 14, en Portugal, cuando no había ni siquiera la concepción de soberanía popular, que es parte de la noción moderna de bien público. Es como ver una película sobre la Roma antigua llena de escenas románticas que fueron inventadas en el siglo 18. No obstante, el país entero cree en esa tontería.
Los adeptos de esta interpretación dominante parecen no darse cuenta de que, en una sociedad, cada individuo es creado por la acción diaria de instituciones concretas, como la familia, la escuela, el mundo del trabajo.
En el Brasil colonial, la institución que influenciaba a todas las demás era la esclavitud (que no existía en Portugal). Tanto que la familia del esclavo de aquel período sobrevive hasta hoy, con pocos cambios, en la (no) familia de las clases excluidas: monoparental, sin construir los papeles familiares más básicos, reflejando el desprecio y el abandono que existían en relación al esclavo .
También en el mundo del trabajo la continuidad impresiona. La "ralé de nuevos esclavos", más de un tercio de la población, es explotada por la clase media y la élite del mismo modo que el esclavo doméstico: por el uso de su energía muscular en funciones indignas, cansadas y con remuneración abyecta.
En otras palabras,
los estratos de arriba roban el tiempo de los de abajo y lo invierte en actividades rentables, ampliando su propio capital social y cultural (con cursos de idiomas y postgrado, por ejemplo) y condenando a la otra clase a la reproducción de su miseria.
La clase que llamo provocativamente de ralé es una continuación directa de los esclavos.
Ella es hoy en gran parte mestiza, pero no deja de ser destinataria de la superexplotación, del odio y del desprecio que se reservaba al esclavo negro.
El asesinato indiscriminado de pobres es actualmente una política pública informal de todas las grandes ciudades brasileñas.
Nuestra elite económica también es una continuidad perfecta de la elite esclavista. Ambos se caracterizan por el rápido a corto plazo. Antes, la planificación se ve obstaculizada por la imposibilidad de calcular los factores de producción. Hoy, como el reciente golpe comprueba, todavía predomina el "quiero lo mío", aunque a costa del futuro de todos.
Es importante destacar esta diferencia. En otros países, las élites también se quedan con la mejor parte del pastel del regalo, pero además planean el pastel del futuro. Por aquí, la elite se dedica sólo al saqueo de la población a través de intereses o al pillaje de las riquezas naturales.
Históricamente, la polarización entre señores y esclavos en nuestra sociedad permaneció hasta el alba del siglo XX, cuando surgieron dos nuevos estratos por fuerza del capitalismo industrial: la clase obrera y la clase media.
En cuanto a los trabajadores, la violencia y el engaño siempre han sido el tratamiento dominante. Con la clase media, sin embargo, la elite se vio contrapuesta a un nuevo desafío.
La clase media no es necesariamente conservadora. Tampoco es homogénea.
El tenentismo, conocido como nuestro primer movimiento político de clase media, en la década de 1920, ya revelaba esas características, pues abrigaba múltiples posiciones ideológicas.
La elite paulistana, habiendo perdido el poder político en 1930, necesitaba hacer que la heterodoxia rebelde de la clase media apunta hacia una única dirección, de acuerdo con los intereses de las capas más acomodadas.
Como en aquel momento los adinerados de San Pablo no controlaban el Estado, el camino fue dominar la esfera pública y usarla como arma.
Lo que estaba en juego era la captura intelectual y simbólica de la clase media letrada por la élite del dinero, para la formación de la alianza de clase dominante que marcara a Brasil de allí en adelante.
El acceso al poder simbólico exige la construcción de "fábricas de opiniones": la gran prensa, las grandes editoriales y librerías, para "convencer a su público en la dirección que los propietarios querían, bajo la máscara de la" libertad de prensa "y de opinión .
La prensa, sin embargo, sólo distribuye información y opinión. No crea contenido. La producción de contenido es monopolio de especialistas entrenados: los intelectuales.
La elite paulistana, entonces, construye la USP, destinándola a ser una especie de gigantesco "think tank" del liberalismo conservador brasileño, de donde salen las dos ideas centrales de esa vertiente: las nociones de patrimonialismo y de populismo.
En cuanto concepto, el patrimonialismo procede a una inversión del poder social real, localizándolo en el Estado, no en el mercado. Se abre espacio, así, para la estigmatización del Estado y de la política siempre que se contraponen a los intereses de la élite económica.
En ese esquema, la clase media cooptada se escandaliza sólo con la corrupción política de los partidos ligados a las clases populares.
La noción de populismo, a su vez, siempre asociada a políticas de interés de los más pobres, sirve para mitigar la importancia de la soberanía popular como criterio fundamental de una sociedad democrática final,
como los pobres no tienen conciencia política , la soberanía popular siempre puede ser puesta en cuestión.
Es impresionante la proliferación de esa idea en la esfera pública a partir de su "respetabilidad científica" y, después, por el aparato legitimador mediático, que lo repercute todos los días de modos variados.
Las nociones de patrimonialismo y de populismo, distribuidas en píldoras por el veneno mediático diariamente, son las ideas guía que permiten a la élite regir la clase media como su tropa de choque.
Estas nociones legitiman la alianza antipopular construida en Brasil del siglo XX para preservar el privilegio real: el acceso al capital económico por parte de la élite y el monopolio del capital cultural valorado para la clase media. Es ese pacto que permite la unión del 20% de privilegiados contra el 80% de excluidos.
La actual farsa del LavaJato es sólo la nueva máscara de un viejo juego que cumple cien años.
En colusión con los grandes medios, no se atacó sólo la idea de soberanía popular, por la estigmatización selectiva de la política y de empresas supuestamente ligadas al PT, el saqueo real, obra de los oligopolios y de la intermediación financiera, que capturan el Estado para sus fines, se quedó invisible como siempre.
Se destruyó también, con protagonismo de la Red Globo en ese particular, la validez del propio principio de la igualdad social entre nosotros.
El ataque selectivo al PT, de 2013 a 2016, tuvo el sentido de transformar la lucha por inclusión social y una mayor igualdad en mero instrumento para un fin espurio: el supuesto saqueo del Estado.
Descalificada como fin en sí misma, la demanda por la igualdad se vuelve sospechosa e inadecuada para expresar el legítimo resentimiento y la rabia que los excluidos sienten, pero que ahora ya no pueden expresar políticamente.
Así, se abrió camino para quien surfea en la destrucción de los discursos de justicia social y de valores democráticos. Jair Bolsonaro como amenaza real es hijo del matrimonio entre la Lava Jato y la Red Globo.
El pacto antipopular de las clases alta y media no significa sólo mantener el abandono y la exclusión de la mayoría de la población, eternizando la herencia de la esclavitud. También significa capturar el poder de reflexión autónoma de la propia clase media (así como de la sociedad en general), que es un recurso social escaso y literalmente impagable.
JESSÉ SOUZA, 57, doctor en sociología por la Universidad de Heidelberg (Alemania), es autor de "La Tolice de la Inteligencia Brasileña" y "La Radiografía del Golpe" (Leya), además de profesor de sociología de la UFABC.