La crisis institucional en el vecino país, pone presión sobre la economía Argentina.
Por un lado, las expectativas de recuperación de la economía argentina se ensombrecen, especialmente en materia industrial donde el mercado brasileño es vital. Por el otro, la devaluación del real deteriora nuestra competitividad, en un contexto donde la colocación masiva de deuda externa hace prever una menor depreciación del peso y la inflación interna parece fuera del control de las autoridades económicas.
Los registros oficiales de variación de precios en los últimos meses alcanzaron niveles que anualizados superan el 30% de incremento. Frente a ellos, la meta oficial del 17% luce utópica y la excusa de los “6 meses de rezago” de la política monetaria no puede esconder el fracaso de la política ortodoxa de estabilización a 18 meses de su implementación.
Ese potro indomable llamado inflación galopa indiferente a los rituales monetaristas del BCRA, sobreponiéndose a los fustazos del retraso cambiario y la apertura importadora que lastiman la industria y el empleo, pero no hacen mella en las subas de costos y sus traslados a precios.
La incapacidad oficial de domesticar los precios descansa en su miopía ideológica, que le impide observar los mecanismos inerciales que la alimentan.
Esa desorientación del equipo económico se manifiesta en el fomento de la indexación implícito en su política de paritarias cortas y cláusulas gatillos, así como en la difusión de créditos y depósitos atados a los índices de precios (unidad de valor adquisitivo).
La indexación de los contratos mientras se introducen golpes sobre las tarifas de los servicios públicos, exacerba la permanencia inflacionaria de esos impulsos tal como muestra el contagio de la inflación núcleo de la evolución de los precios regulados.
La acelerada suba de los precios no sólo lastima los bolsillos de la población, cuyos ingresos evolucionan por debajo de los precios en el contexto de paritarias que se demoran y aumentos de jubilaciones y asignaciones mermados por la alicaída recaudación.
También exacerba las expectativas de devaluaciones correctoras del retraso cambiario agravado por la devaluación del real, ahuyentando inversiones externas de mediano plazo ante las dificultades de establecer su posible rentabilidad en moneda dura.
La crisis institucional de Brasil genera más dudas en los inversores internacionales sobre la estabilidad política de los nuevos gobiernos conservadores de la región.
De ahí que el financiamiento externo del programa económico (que alcanzó un déficit comercial record en el mes de marzo) descanse exclusivamente en el endeudamiento del Estado y el arribo de inversiones especulativas de muy corto plazo, para hacer la bicicleta financiera al calor de la alta rentabilidad en dólares que ofrecen las letras del BCRA.
El informe completo aquí.
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