martes, 26 de noviembre de 2013

Chile: ¿El TECHO o la mascara?

CHILE - ¿Un techo o una máscara para el país? 
por Ariel Zúñiga 

El padre Alberto Hurtado decía, en su habitual estilo que algunos rufianes dicen emular, “la caridad empieza donde termina la justicia”. Tal afirmación no admite segundas interpretaciones, menos una agrupación destinada a gestionar masivamente la caridad macroempresarial, con dinero salido desde nuestro bolsillo y conspirando al mismo tiempo con las reformas estructurales necesarias para que impere la justicia. Las gárgaras que se hacen algunos con Alberto Hurtado, de aquellos dedicados por vocación al hurto, redunda en instituciones fachas y de fachada como la teletón y el techo para Chile. Empresas dedicadas a vaciar las arcas fiscales, a lavar activos e imagen al empresariado, y gestionar las vidas de miles de incautos, por lo general de clase alta, que sucumben ante sus culpas burguesas.
Sebastian Bowen ni es un santo ni lo exculpa el ser ingenuo, a ese nivel operan sólo los criminales avezados o los estúpidos. Frei lava imagen al incorporarlo a su equipo, lo que seguramente ungirá al aludido a la postre de ministro ¿de qué? ¿De caridad pública? ¿De hipocresía? ¿Director nacional de eufemismos?
Cuando el viejo busca al joven ese joven también busca a ese viejo. Uno pretende la vitalidad, el otro el conocimiento o el poder. Como aquí el viejo es Frei obviamente lo que se busca es el poder y más precisamente el poder por el poder.
Bowen, como buen encantador de serpientes que es, dice que el quiere el poder por nosotros, no por él. Es que es un tipo muy bueno, y además es fenotípicamente joven, habla como joven, -de asuntos de viejos pero tuteando- usa zapatillas, una larga cabellera que debe estar avaluada en un par de millones verdes, y una desgarbada barba, es decir, nos imita. Al mismo tiempo es director de una empresa, de una muy rentable empresa sin fines de lucro, lo que incluso lo llevó a una fugaz aparición en una versión momia de tolerancia cero que transmitían en el canal católico después de misa. De ese mismo redil proviene el paquete que instalaron en tolerancia cero, un cabeza cuadrada que no lo sacas del costo y beneficio ni en viernes santo.
¿Cuál es el negocio de un techo para Chile?
El mismo que el de la teletón, la lavandería de la imagen pública de los evasores y elusores de impuestos, de los destructores del medio ambiente y de los explotadores varios. Financian sus actividades caritativas con los aportes directos de los tarados como uno, o con nuestros impuestos pero nunca con el de las “altruistas” empresas auspiciadoras.
Pero además un techo para Chile recluta a miles de incautos y crea multitudinarios cuadros en la filosofía de la caridad teledirigida.
Las mineras que se llevan los no renovables recursos colaboran activamente. En la página de un techo para Chile ni se ruborizan por agradecer a Barrick Gold quien seguramente deduce del ínfimo royalty (3%) sus donaciones. Entrar a su página es recorrer la galería de la infamia pues además “contribuyen” los amigables oligopolios del retail -lo que incluye a las farmacias-, de la pesca, y de la silvo y agro exportación. El dinero de los tarados como uno se deposita en las seguras arcas del banco Santander. Todos ellos deducen impuestos “colaborando” con Un Techo para Chile.
Millones de dólares en vez que ir al erario fiscal, más otros miles de millones que nunca llegan gracias a las relaciones públicas que hacen estas empresas con nuestro propio dinero, van a parar a Un Techo para Chile quien gestiona a las hordas de niñitos ricos que juegan a ser solidarios. Aquellos que cruzan de extremo a extremo la capital para embarrarse sus cómodos y engrasados zapatos impermeables. Tipos que se llenan la boca con la palabra solidaridad mientras acarician el martillo retráctil swiss army que yace en el fondo de su bolsillo, el que luego conservan bañado en oro en un lugar destacado de su oficina en Sanhattan, para presumir que ellos también, en una oportunidad, fueron jóvenes traviesos y soñadores, y hasta querían cambiar el mundo. Claro está, a martillazos, abusando de clavos y fonolas, y con el dinero de los propios pobres que dicen ayudar.

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